Mascarilla
Mascarilla

La profesora de sociología de la Universidad de Málaga, Livia García, recuerda que el viernes que anunciaron la suspensión de actividad docente solo pensó en qué iba a hacer para dar su primera clase online. «Pasé el fin de semana informándome de la novedad. La verdad es que tuve suerte de tener una habitación para dar clase, algo que otras personas no tuvieron», confiesa. Al ser preguntada sobre la dificultad de la enseñanza telemática, cuenta que «el rector dio las indicaciones para  cambiar la forma de evaluación. La dinámica para hacer exámenes era un misterio, no sabía cómo asegurarme de que los alumnos no se copiasen y de que tuvieran ordenadores o dispositivos a su disposición. Había algunos que me decían que ‘es que no puedo tener el ordenador y seguirte todos los días, a veces te sigo por el móvil».  Ella recuerda «el estrés por la incertidumbre por no saber qué iba a pasar». Los alumnos, dice, le agradecieron que se mantuviera la rutina. «Yo me levanto todos los días para escucharte, porque si no, me quedaría tirado en la cama», decían sus estudiantes. «De alguna forma, no fue tan diferente a lo que hubiera sido una clase normal. Todo el mundo tuvo que sentir miedo, sobre todo la gente mayor que me rodea. Lo tuvimos hasta que llegó la vacunación», manifiesta Livia.

«Me impactó mucho»

Pablo Pastora, actual doctorando de Livia y de la decana de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de Málaga, Bella Palomo, en 2020 estaba en primero de carrera. Él es de Málaga, pero su curso iba a desarrollarse en Granada. «Solo pude aprovechar un cuatrimestre. La pandemia me impactó porque esa diferencia entre el instituto y la universidad no la pude ver ese primer curso. Acercarse al profesor y tener esa relación no fue posible. Estuvimos menos centrados en la carrera y no tuve un grupo de amigos como otra gente tiene ya que no pudimos coincidir ni congeniar», admite.

Esperanza y Estela estudiaron el bachiller y la secundaria en tiempos de pandemia, respectivamente. «Justo empezó la selectividad y no sabíamos qué iba a pasar. Los profesores no tenían respuesta y ese año se resume en caos. Al principio del confinamiento nos mandaban algunas actividades y algunas asignaturas se dieron por dadas», asegura Esperanza. La historia de Estela es más rocambolesca, pues «la graduación de la ESO fue en un patio, muy separados y grabada por un dron», afirma. Estela señala los nervios que observaba en sus profesores que, paradójicamente, trataban de transmitir tranquilidad.

«Tuvimos que cerrarlo todo»

En cuanto a las secuelas, «es posible que afloraran problemas de salud mental», como apunta Livia. «La pandemia no tocó a todo el mundo por igual, pues las personas que tenían profesiones elementales estuvieron mucho más expuestas que el resto. Los que estaban mejor posicionados laboralmente, no tenían tantas dificultades», subraya.

Osvaldo, de 32 años, es trabajador en un bar céntrico, cuyos clientes principales son los turistas. «Fue difícil porque tuvimos que cerrarlo todo. Hicimos ventas para llevar a domicilio muy escuetas, cuando ya se permitía. De hecho, éramos el único local abierto en la calle. Lo pasamos mal», reconoce. Respecto a la vuelta a la normalidad, que se vivió en fases de desescalada, reconoce que «se sintió muy bien volver a compartir con la gente, aunque fuera con mascarilla». Osvaldo añade que «hubo una mayor cantidad de personas en relación a años anteriores».

«Lo mejor fue la gente»

María Dolores tiene 59 años y es limpiadora en un hospital privado andaluz. Ella limpiaba las consultas y se acabaron cerrando para evitar aglomeraciones. «Me pasaron al hospital y tuvimos que estudiar un nuevo protocolo de desinfección. El trabajo se complicó, llegamos a tener varias plantas con pacientes con coronavirus. Al principio no había EPI, nos teníamos que vestir hasta con bolsas de basura. Tampoco nos pagaron el refuerzo ni el riesgo», denuncia. «Yo lo hice por humanidad. No sentí miedo, menos cuando estuve en la UCI. Esa noche tenía una responsabilidad importante porque allí había pacientes que no tenían coronavirus y podían contagiarse. Me impresionó ver a la gente entubada, boca abajo y muriéndose.  Una enferma perdió su bebé, después de costarle mucho quedarse embarazada. Ella sobrevivió, pero su bebé no. Eso me marcó mucho», confiesa.

Se sentía sola por las calles cuando iba a trabajar. Llevaba un certificado de personal sanitario pero nunca le pararon. Ella entiende que todo el mundo sabía quién debía salir y quién no.  «Lo mejor fue la gente, que se portaba muy bien. Nos regalaban comida y después nos daba mucha fuerza salir a las calles a las ocho de la tarde entre aplausos, con policías, bomberos y sanitarios. Me sentía orgullosa de trabajar en ese ambiente», revela.

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