Seis millones setecientos mil votantes, sesenta y un asientos en el Congreso, treinta y dos en
el Senado y un reconocimiento general de la importancia política en las elecciones generales por su peso numérico. Parece que por nada más. El espacio andaluz, circunscrito a las ocho provincias de la comunidad autónoma, es un granero de votos, una fuente de poder que emana directamente hasta la capital del Reino, sin color (blanco y verde debiera ser), sin compromiso con su electorado, sin responsabilidad con sus votantes, sin identidad (andaluza). El centralismo lo absorbe todo, la venda rojigualda lo tiñe y el escudo de la corona lo enceguece. Estos comicios han traído más de una sorpresa aunque habrá que ver cuántas para Andalucía.
Para el Estado español los análisis replican: «el PP gana, el PSOE resiste, Vox cae, Sumar es clave». Otros lo personalizan: «Sánchez casi sale, Feijoo no llega, Abascal se desploma, Díaz aguanta, Rufián da un traspiés, Matute supera a Esteban». Aguanta la España progresista y plurinacional, dicen algunos memes simplificadores e impactantes. Sin embargo, para Andalucía el resultado es más de lo mismo, refuerzo del bipartidismo españolista, ninguneo para nuestro espacio, invisibilidad de nuestros problemas y potencialidades, marginación del eje de las decisiones, bibloquismo político donde no caben otras formas de hacer, pensar o sentir. Podemos estar felices: un previsible gobierno llamado progresista o de izquierdas evita el cacareado tsunami conservador (que al final fue olita superable), puede traer tibios avances sociales, sin tocar mucho los privilegios, y garantizar unos derechos humanos que la derecha, muy crecida, estaba poniendo en jaque. No está mal. No es poco. Sin embargo, se queda muy corto para Andalucía.
En primer lugar, una vez más, como siempre, como en esta última legislatura de ejecutivo PSOE-UP, nuestra tierra no será casi mencionada en el Parlamento español, sus problemas específicos (extractivismo, dependencia, sequía, xenofobia, racismo, gentrificación, despoblación, migración subalterna a otros territorios, colonialismo interno, desprecio cultural y lingüístico,….) serán obviados.
Por otra parte, continuarán y se radicalizarán los enfrentamientos entre Madrid y Sevilla, con sus amplificaciones mediáticas propias del debate partidista entre PP y PSOE. Para variar, será un teatro de conflictos más o menos fingidos, desde una óptica muy similar y un modelo francamente indistinguible, pero nos tendrán distraídos, como si de un partido de fútbol se tratara, viendo los goles que mete un equipo y otro, sin cuestionar las reglas del juego o el juego en sí mismo.
Como tercer apunte, asistiremos a una carrera competitiva dentro del PP, entre Ayuso, en su papel radical y ultra, frente a Moreno, con su imagen moderada de suavón, tras la previsible defenestración o declive del debilitado Feijóo. Aumentará el peso mediático de Moreno, se nombrará más a Andalucía como la masa que lo ascendió a los cielos del poder, pero no a Andalucía como entidad y espacio de desarrollo soberano. Con un gobierno de coaliciones (Frankenstein o familia Barbie, como cada cual lo quiera llamar), sustentado en el apoyo de nacionalistas periféricos, tomará mayor importancia la España plurinacional pero sin representación especifica de nuestra tierra. Podemos predecir menos andalucismo.
El panorama no es muy alentador para la Matria de Blas Infante. Obviamente lo era aún peor hace dos semanas. Si en esas fechas estábamos preparando las herramientas para cavar las trincheras de la resistencia, hoy nos toca prepararlas para la construcción de nuevos caminos para la soberanía del espacio andaluz.