Vuelve a ser un febrero normal. Sin coronavirus, con frío y, de nuevo, con carnaval. El Falla abre sus puertas para dar cabida entre sus paredes a la risa, a la crítica, al arte. Y el que no diga ole, que se le seque la hierbabuena. No sé por qué, pero el carnaval me trae a la memoria a mis abuelos. 

No tengo ningún recuerdo en el que se asocien –quizás, cuando iba al cole, ellos venían a vernos cantar cuplés con nuestras voces de pito de quinto de primaria–; solo los puedo visualizar viendo alguna película y al abuelo muy de vez en cuando viendo los toros, quedándose dormido con la cabeza apoyada en la mano delante del televisor pequeñito del comedor. Él roncando y el torito ahí medio desangrándose.

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