Coronada Pérez recordaba en el taller La Prensa en Andaluz que impartimos en Los Palacios y Villafranca cuando, de pequeña, repasaba el periódico de su papá para entender ese mundo ancho y ajeno que palpitaba más allá de casa. La prensa y los medios de comunicación en general eran, entonces, otra cosa. “No era como hoy”, decía Coronada, “que por cada información me encuentro cinco opiniones”. Se quejaba la palaciega, y con ella sus compañeros -conscientes de un descubrimiento que no lo era en rigor hasta que alguien lo señalaba con el dedo-, de la excesiva opinionitis que afecta actualmente a los medios, en Andalucía y en cualquier parte. “Es que funcionamos por modas”, terciaba Teresa Fayos, “y hoy están de moda las tertulias, y si este hace una tertulia, el de más allá también”. No les faltaba razón.
En periodismo es tan importante la información que se da acerca de las cosas que pasan en el mundo como la opinión al respecto que sirve para facilitar interpretaciones. Sin embargo, tal vez por la irrupción de las redes sociales, tal vez por esa espiral de silencio que nos aqueja a todos en la vertiginosidad del dato anticuado al cuarto de hora, el caso es que estamos saturados de pareceres, a veces incluso pareciéndonos que no sabemos qué nos parecen las cosas porque no nos hemos terminado de enterar de qué cosas, y aun así nos vemos obligados, a una velocidad insalubre, a tener que forjarnos una opinión al respecto. Amanecemos a diario con una serie de conceptos que en seguida se convierten en cosas manidas, tópicos, palabras repetidas, falsamente consabidas, compartidas, que un sector de la población jalea y el otro rechaza. Y ya nos da vergüenza, quizás, preguntar. Como si se agotaran las posibilidades, como si fuéramos a deshora a reclamar que alguien nos explicara las cosas desde el principio, parte por parte. La precipitación de titulares, entrecomillados, enfados, sentencias, rapapolvos y zascas parecen condenar a las informaciones a la única oportunidad de la primera vez, como si todo lo que tuvieran que generar a continuación en los medios fueran pareceres a diestro y siniestro, como si fuera lícito empezar la casa por el tejado.
Los medios de comunicación, sobre todo los profesionales, que son fundamentalmente los que nos importan a los profesionales de la comunicación, deben luchar por distinguirse de toda esa saturación de falsa comunicación que circula desordenadamente por una sociedad tan falta de sintaxis. Porque están muy bien el periodismo ciudadano, la activa participación de la población en ese ecosistema de las redes que todo lo inunda y el derecho de todo el mundo a decir lo que piensa. Pero antes de decir hay que pensar, y antes de pensar hay que tener conocimiento básico, información, acerca de lo que pensar, para poder decirlo. Y ahí es donde los medios de comunicación de masas, en el formato y la latitud que sea, pero con la pluralidad de fuentes que se les presupone, tienen un verdadero reto para seguir teniendo futuro.
Texto de Álvaro Romero Bernal