Cataluña y Andalucía, Andalucía y Cataluña. Cuántas veces nos han echado a pelear, cuántas veces nos contraponen, como dos adalides del nacionalismo, el centralista y el periférico. Cuántos andaluces tenemos familia en Cataluña, hemos viajado allí provocándonos admiración, nos asombran sus paisajes, la defensa de su cultura o el desarrollo conseguido. Cuántos catalanes vienen a visitarnos por turismo o encontrarse con sus orígenes y se maravillan con nuestra tierra y nuestra cultura. Por eso, y probablemente por muchas razones más, las elecciones catalanas han sido seguidas por muchos/as de nosotros/as con especial interés y atención, para el beneficio de un pueblo al que queremos y donde viven casi un millón de andaluces y andaluzas, y para adquirir aprendizajes importantes para nuestra realidad política y electoral, como ya lo fueron las vascas o gallegas.
Los resultados dicen que son sorprendentes, pero depende de la óptica y, quizás, de los deseos de quien se sorprende. Por una parte, se ha confirmado una tendencia general en el estado español y en los europeos (y alguno que otro latinoamericano) de una ola conservadora, que ha llevado a los partidos de derecha a cosechar triunfos, sin embargo, por más que algunos comentaristas lo añoran, no han sido arrolladores, pues no se han impuesto con la claridad necesaria para gobernar. El electorado está lejos de aquellas épocas del bipartidismo (CyU frente a PSC) de otros tiempos, que se repartía la práctica totalidad del hemiciclo, mostrando un mosaico de partidos que tratamos de agrupar en tendencias (españolistas, catalanistas, izquierdas, derechas,…) respetables pero, muchas veces, cuestionables, pues trata de simplificar las opciones partidarias por encima de la diversidad de opciones que la gente tiene y refleja con su voto.
La dificultad de la gobernabilidad, por tanto, está servida, y la política de pactos, tan denosdada por los medios españoles (sobre todo conservadores, o sea, casi todos), se impone, con cesiones de uno y otro lado. En Andalucía, la ruptura de las mayorías absolutistas del PP, como anteriormente eran las del PSOE, se leerían como positivas, generarían un debate y una necesaria diversidad, rica en matices y pobre en autoritarismos, como los que ahora sufrimos en la Junta de Andalucía y en muchos ayuntamientos.
Es evidente que el PP ha aumentado sus votos, pero a costa fundamentalmente de aquel experimento del IBEX35, el pepé 2.0 (¿se acuerdan de aquel partido?), y beneficiado por el españolismo reinante y pujante en los medios estatales. Tienen el viento a favor, y eso se nota, no tanto por su gestión, política de pactos con la ultraderecha y medidas retrógradas con las que nos asfixian desde varias comunidades autónomas y gobiernos municipales, sino por esta tendencia pendular del hartazgo de las mayorías ante ejecutivos que se llaman de izquierda y no solucionan los problemas de la gente. El PP andaluz es quizás el ejemplo más claro de este fenómeno, el “te voto por no votar al otro”.
Pero esto pasará, ojalá que pronto, sin demasiados daños y que “el otro” no sea el de siempre, el que hace casi lo mismo con otras siglas. En Andalucía, ni el desastre de la sanidad pública, ni las privatizaciones de la educación, ni la españolización de la política andaluza, puede que la pasen factura al PP de Moreno Bonilla, a no ser que el líder supremo se vaya a Madrid, o surja, desde las bases y los movimientos sociales y sindicales, una fuerza andalucista, progresista y soberanista, incluyente y amplia, al estilo BNG o EH Bildu, que rompa el esquema trazado desde el bipartidismo con un trabajo de hormiga en estos próximos años.
La ultraderecha está muy contenta, porque se ha mantenido como estaba, más o menos. Se conforman con poco. Como deben ser muy capillitas, dirán mucho lo de “Virgencita que me quede como estoy”, porque, en realidad, no tienen opción alguna para incidir en las políticas reales, se mantienen en el rinconcito facha del Parlamento y no influyen más que lo que sus medios y pseudomedios de comunicación consiguen, pues ni pactos ni alianzas ni votos condicionados pueden ofrecer. Hay una novedad, que hay otros igualitos pero que “parlan catalá”. Independentistas igualmente racistas, manipuladores y ultraliberales, pero en otro idioma. Más diversidad lingüística, supongo que está bien, siempre es una riqueza.
No me extrañaría que cualquier día surja un partido de los señoritos, que reivindiquen su identidad andaluza, se envuelvan en la blanca y verde del “para España”, aunque pronuncien las ces y las eses como si recién acabaran de llegar de Madriz (sí de Madriz, con zeta). Tanto tanto me recuerda a Moreno Bonilla, que me cuesta imaginar a cualquier Bertín Osborne o José Manuel Soto pidiendo el voto para sí, con sombrero de ala ancha y pantalón de rayitas verticales paquetero, llamándose andalucistas, renegando del carácter emancipador de esta ideología, pero todo está por ver. Cuidado.
La llamada izquierda (por simplificar, no por la mayor parte de sus acciones) ha sufrido una importante caída. Los Comuns o Sumar, o como quiera que se denomine ahora esa muleta del PSOE, ha tenido un traspiés curioso, aunque de chiripa mantenga su condición de “llave” para la gobernabilidad. ERC es quien se ha visto más perjudicado, probablemente por su gestión y por la decepción provocada. Pero quizás, aunque no se comenta tanto en los medios, el fracaso más importante ha ido el de las CUP. Para Andalucía es una malísima noticia, pues, por contra a lo decidido por el pueblo vasco y gallego, el soberanismo de izquierda más genuino, anticapitalista y alternativo, ha disminuido en número de apoyos electorales radicalmente. Su fuerza para alcanzar cuotas de poder, su capacidad de incidencia o su empuje hacia políticas sociales desde el catalanismo son ahora residuales.
Probablemente fue la coyuntura de movilizaciones y de fervor independentista el que hizo florecer a las CUPs, pero pareciera flor de un día, y debemos tomar nota desde el andalucismo soberanista de izquierdas. No podemos apoyarnos sólo en unos tiempos de nacionalismos periféricos, de reivindicación de lo propio y de asunción de nuestros símbolos de manera generalizada. Hay que trabajar desde las bases con asamblearismo y participación, permeabilidad a las críticas e inclusión de matices y corrientes, abandono de sectarismos y ombliguismos, fortalecimiento de la formación sistemáticamente, ajuste de estrategias electorales presentándonos a todos los comicios, ampliando nuestro electorado agrupando a todo el andalucismo progresista aceptando la diversidad y llegando a acuerdos y alianzas.
El catalanismo ha salido herido, el procès se ralentiza, el independentismo disminuye en apoyos, pero no desaparece, ni muere, ni se da por terminado, por mucho que opinadores interesados lo digan y lo repitan. Junts ha aumentado en número de escaños con su estrategia puramente esencialista, vendiendo adecuadamente su actitud dura frente al poder central, paseando por medios internacionales a sus exiliados y dando la batalla judicial allá donde pueden. Se ve que tienen recursos económicos para ello, a pesar de la persecución a la que han sido sometidos. Y aunque sumando las opciones catalanistas no tienen representantes suficiente para formar gobierno (como en la anterior legislatura lo tenían, por muy poquito), su alternativa de poder está ahí, presente y permanente.
En Andalucía no tenemos nada parecido, pues el pseudo andalucismo falso de PSOE y PP en los gobiernos autonómicos nunca han confrontado con Madrid, salvo cuando son del otro partido, hablando de asuntos estatales, de la amnistía sin ir más lejos, cien veces más que de problemas propios, de las listas de espera del SAS por decir algo. O fortalecemos el andalucismo o nunca tendremos esa fuerza que los hermanos catalanes presentan y presentaron, con más o menos éxito y con más o menos diversidad.
Y dejo para lo último el avance del PSC, no tan fuerte para gobernar sin apoyos varios y difíciles, ni tan débil como se esperaba quienes querían unas primarias de las europeas o unas secundarias de las estatales. La estrategia de la “pax sanchista” ha dado resultado. De los tiempos del independentismo radical, de las movilizaciones constantes por las calles y la conflictividad en la vida política, social y cotidiana, quedaron los rescoldos (atizables en cualquier momento pero rescoldos al fin). Los indultos y el compromiso de amnistía ha sido anestesiante y adormecedor y, de nuevo, como ave fénix resurge la socialdemocracia, capitalista y liberal, federalista y autonómica, diversificante y aglutinadora, con el rostro del gestor de la pandemia y el descubridor reciente del lawfare.
No sé si ha sido planificada pero la estratagema ha resultado efectiva. El PSC, como el PSOE, no es partido de ideología sino de gobierno, y cualquier cosa para alcanzarlo es lícita. En Andalucía podría recuperarse también, abriendo otro periodo de clientelismo y connivencia con Ferraz, que otra vez olvide las posiciones críticas con el centralismo. Como el PP, no se repara en esfuerzos. Cuidado porque en Andalucía siempre ha sido así, ahora soy andalucista, ahora mando a Madrid al presidente del gobierno, ahora me traigo a un ministro para la Junta y ahora me compro a una lideresa comunista para una consejería. Apoyar al PPSOE no ha sido nunca positivo para el pueblo andaluz. Hemos persistido una y otra vez y nada, imposible. ¿Para cuando una alternativa soberanista, transversal, incluyente, aglutinadora, social, emancipadora y liberadora de nuestras cadenas?