Utilizar el lenguaje de forma traicionera para disfrazar nuestro alrededor es como un síntoma de una enfermedad posmoderna y contaminada por la burocracia de la que parece imposible escapar. Nuestras lenguas sucias llenas de conceptos que parecen limpios; una pulcritud fingida que nos aleja de la realidad. Y así, las personas se convierten en términos, las muertes en números, los enfermos en pacientes, los niños y niñas en menores, las personas en movimiento en (in)migrantes, los niños que migran en menas.
En Andalucía el tema quizá no nos toca tan tan de cerca como en las Islas Canarias. O eso creemos. O eso nos hacen creer. Porque seguimos siendo la puerta a Europa, un punto de convergencia de océanos, religiones y culturas; una frontera natural con África, ese continente cuya costa brilla desde Algeciras los días en los que el Estrecho está manso y quietito.
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